11 octubre 2006

Fragmento Inicial de una Nivola Caribeña


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Nunca sé lo que digo. Entre la influencia de Cioran, o el despertar del clásico tinnitus musicaloide que me acompaña desde los tiempos del sicoanalista, la idea del final me enternece y me mueve. Nos mueve a todos. Nos hace observarla, asombrarnos, tratar de comprenderla, luchar por ella, alé, alé, alé, embriagarnos con ella y suprimirla, como añorando masoquistamente ser interrumpidos en nuestras ganas de inmortalidad. ¿Y qué es la inmortalidad? -pregunto en el salón de clases-. El diccionario dice que es la cualidad de inmortal -contestan mis caníbales alumnos-. Pero como los diccionarios fueron inventados por burócratas telenoveleros -indago- la opción es detectar si en el vocablo anterior sale algo del contrabando predominante en estos lares en época de la colonia española y no me equivoco. Leo -la clase observa mordaz - que inmortal significa que no puede morir y se aplica a la persona o cosa que siempre será recordada y valorada. Y además, es una cualidad. Sólo aquí caigo en el sentido sobre lo inconsútil de lo que me circunda y cavilo que - mientras la clase me mira voraz- que esa integridad algún día incluso desaparecerá, que nada es inmortal, cualidad de inmortalidad, percatándome al soplo, con certeza, que me pierdo en ello -ellos conmigo-. Llegado a este punto, la idea de la muerte ya no significa lo mismo, bien a causa de una crónica agonía o al desparpajo de neuronas en este sacrosanto colegio, -en ellos-, en este proceso psíquico emocional, -en mí- que no me lleva -no nos lleva- a ninguna parte, como todo. Timbre de salida. Y la manada de búfalos sale como en días de carnaval. Yo con ellos. Y cada minuto –ellos conmigo- se inventan la vida a falta de recuerdos; -y yo- me imagino el mundo de lo desconocido, que sí es inmortal, cualidad de inmortalidad, y del más allá buscando un entendimiento más lógico y válido para que Dios o el Ser Supremo de turno me explique nuestra razón y obra en este espacio torcido del universo. Pero éste anda demasiado ocupado con sus propios demonios internos. El siniestro de Ferrero, en la etapa en que estudiábamos en la Facultad de Filosofía, una vez comentó que este mundo residía en la obra de un loco; un loco a nuestra imagen y semejanza. Florecían tiempos en que cada uno devenía en un dios y la competencia, digamos, pesaba necesaria; ambos crucificábamos lo que nos pareciera poderoso y nunca nos bastó siquiera con nosotros mismos. Yo, sin embargo, prefiero hablar de Dios como un suicida enamorado, por su extraña afición al dramatismo y las catástrofes. Dios y la muerte: una simbiosis del Yin y el Yang. Semejante introspección sé, me obliga a perder, a perder el control , a perderme y tomar la decisión de lanzarme, encaminarme, encaminarnos, a nuestro puente. Siempre hay un puente, llámesele túnel, paso, luz; píntese la metáfora que quiera, con aires de Rembrant o Picasso, si lo desea. Yo sólo sé que me inclino, fiel a mis abismos, por sobre el barandal de hierro que me separa a mí del vacío, al vacío de la creciente del río, la creciente movida por la ventolera, la ventolera que azota mi falda y la levanta lasciva. Se convierte en un pleno reconocimiento del lugar, ese catastrófico sentido de pertenencia mío que me lleva a buscar los orígenes de cualquier cosa, en este diminuto puente estructurado para la entrada y cruce del río Portugués al casco de esta vieja ciudad. Aunque, para ser sincera, ya que andamos de filosofías y diarios de muñecas, me resulta imprescindible descubrirme en este brazo turbulento de río, en ese espejo infantil de esa Alicia de los cuentos, en esta isla perdida del Caribe donde desde el situado mexicano algo se nos perdió porque nunca llegó a éste, que no es el País de las Maravillas, este pueblo sureño, víctima de su propio fantasma glorioso, en el preciso punto del planeta dónde sólo llueve a cántaros en las temporadas de más tristeza. Sin embargo, los conflictos climáticos, por su parte, me tienen sin cuidado. Yo sólo trato tan sólo de organizarme en este caos caribeño con el que no me identifico, pero del que soy parte, sin otro remedio que tirar de la corbata atada al cuello y esperar que me sirva de sustituto en la próxima ocasión. Por lo tanto, explicar mis motivos para estar aquí, a punto de lanzarme al río, sería sólo fácil de explicar si pensáramos que hablo, tan sólo, de un mero relato meteorológico.

(fragmento de la nivola inconclusa y inédita, Marcolungo)
Sonia Marcus Gaia, 1999

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